Susúrrame desde el centro… ¿dónde se encuentra el jardín?

D.

Emily Dickinson nació el viernes 10 de diciembre de 1830 a las 04:40 de la madrugada, es decir, antes de la salida del sol; pero estando éste presente. Una sagitariana de energías torrenciales tanto físicas como mentales; que bien transmutadas desarrollará una gran inteligencia a través de la cual encontrará la profundidad en todas las cosas y huirá de lo material –fuera de esencia-; superficial. Tenaz en sus objetivos y poseedora de una gran sensibilidad. Confluyendo con su ascendente escorpiano, será llevada a la observación a través del «ojo de águila»: analizadora, observadora nata de las pequeñas cosas, rapaz, contemplativa y sobre todo intuitiva. Traspasa el velo por medio de la contemplación manifestando toda su clarividencia espiritual. Sin ni siquiera buscarla, pues está inmersa en su ser. Elevándose a través de su naturaleza mística y volcánica. Su luna en el símbolo de «la balanza»; moderadora y de naturaleza respetuosa. Balancea su lado íntimo (Escorpio) con su lado sociable (Sagitario) valorando así sus buenas amistades con quienes se dejará «ver» en toda su luz; esplendor.

En la era de la sobreexposición del cuerpo y la mente busco el anonimato y la ausencia para no adormecer mi espíritu. Como D. que publicó 10 poemas a lo largo de su extensa obra poética. No obstante, muchos de aquellos poemas que aparecían en los medios periodísticos eran revelados por Sue (confidente, amiga, amante y cuñada de Dickinson) u otras poetas y amigas que la admiraban. No obstante, ninguno de estos hechos afecto en ninguna de sus relaciones amistosas. Creía que publicar su poesía era: «The auction / of the mind of man» (la subasta/ de la mente del hombre) y se negó a someterse a lo que denominaba «Disgrace of Price» (deshonra del precio).

Emily decidió el silencio y el anonimato. Prefería el piar de los pájaros y los zumbidos de las abejas que ponían banda sonora a su remanso de descubrimientos y paz: su jardín. Como todas las grandes poetas era clara e imperturbable. Eligió la naturaleza y la intimidad. Y debemos observarlo así, con el mismo ojo de águila, sin engaños de ideologías, concepciones o vertientes de nuestra sociedad actual.  Elegir y seguir tus propias convicciones es el único acto de libertad. Y, por ende, la única manera de liberar a otros. Las novelas de las escritoras de nuestro siglo nos muestran que en las experiencias íntimas y cotidianas de todas nosotras hay una sensibilidad que proviene de un corazón absolutamente libre. De una lucha atronadora llena de silencios sonoros. Escribir es un acto torturador e íntimo que proviene de un estómago absolutamente libre.

Emily Ford, amiga de Dickinson, publicó un soneto en el Springfield Republican el 11 de    enero de 1891 hablando de la posición de D. como poeta en el mundo:

oh, friend, these sighs from out your solitude

But pierce my heart! social with bird and bee,

Loving your tenders flowers with ecstasy,

You shun the eye , the voice, the shy elude

The loving souls that dare not intrude

Upon your chosen silence. (Versos 1-6)

Ay, amiga, estos suspiros de tu soledad

¡Traspasan mi corazón! Social con el pájaro y la abeja

amando con éxtasis tus tiernas flores,

Evitas el ojo, la voz, el tímido eludir

las almas amorosas que no se atreven a entrometerse

Sobre tu silencio elegido.

Su reclusión como espacio liberador representado a través del escritorio y el jardín. Lejos del mundanal ruido, sólo pluma y papel; poesía y herbario. Subyace en ella, una vida contemplativa y espiritual que alimentaba su vida interior y las «tender flowers» de su poesía. De la contemplación de la naturaleza en sus versos (la naturaleza es lo que vemos) – típico acto de los lake poets que se iban a contemplar un lago y escribían sobre los encantos de la naturaleza- a elaboraciones espirituales donde se revela un todo: desde temas elevados (el alma, la muerte) hasta otros para algunos menos solemnes -diría esenciales-: como la espera, el habla, lo cotidiano. Sin embargo, sea cual sea el tema, sus versos encierran un misticismo esclarecedor: «Una palabra está muerta, cuando se la pronuncia /dicen algunos /Yo digo que a vivir recién empieza /ese día».

Las noches oscuras del alma a veces se desarrollan entre jardines.

Escritores como Dickinson, Orwell y Pia Pera se enhebran conectados por la desolación de las noches oscuras del alma mientras contemplaban, leían y mimaban todas las fases como jardineros de su propio Edén. Dickinson era una bióloga, botánica y poeta. Y así nos lo demuestra en su Herbario, con el cuál aprendió sobre plantas a través del sufrimiento/ satisfacción que le provocó la propia elaboración del mismo. Pia Pera, a través del precioso poema de D. sobre la ausencia del jardinero a la cita con su jardín por la visita de la muerte, recobró las ganas de vivir. La mente de Pia se encontraba en el lamento del camino hacia el otro plano cuando decidió agarrarse a un paraíso en la tierra. Donde el esfuerzo unido a sus noches oscura del alma la llevaron a la última fase: la belleza de su propio jardín, la contemplación y la felicidad. Así mismo, pensó George Orwell, nos cuenta Rebecca Solnit en “Las rosas de Orwell” donde nos da a conocer la otra cara del escritor. Un hombre que después de una vida de luchas, de lenguaje político y de acción directa en los conflictos bélicos acaba eligiendo pasar sus últimos años de vida en una isla. Allí vivirá alejado del ruido y solo tendrá sus ojos y manos puestos en la librería y el jardín que se hallaban en su hogar. En este último espacio proyectará el mayor de sus cuidados a sus rosas. Aquellas que se hayan en sus recuerdos que aquel cuerpo desconocido abatido en tierra que algún ser desconocido tapó con un manto de estas flores particularmente.

 Cuando leí la palabra isla como espacio elegido para el final de su vida pensé: Nada más y nada menos, una isla: porción de tierra rodeada de agua por todas sus partes. Es decir, un jardín en el mar. Ambos siempre han representado simbólicamente esta conexión como lugares de frescor, sombra… refugios espirituales.

D. imanaba y enmantaba el jardín como modo espiritual y de autoconocimiento mientras aprendía de otros seres que la rodeaban. Pia Pera y Orwell llegaron a esa esencia de otra manera: ella cuando la enfermedad la visitó y le dio los días contados, él cuando vio la muerte en la cara de sus amigos y enemigos en cada estallido militar. La verdad al final, siempre es revelada.

El jardín de la humanidad es lo que emana de nuestro centro. Nuestro paraíso terrenal en esta sociedad cada vez menos in-habitable. Nuestros estados espirituales convergen y corresponden a diferentes estancias paradisíacas. Siempre se ha visto el reino vegetal como el principio de una era cíclica y la caída o el fin de ciclo como la ciudad in-humana, desnaturalizada, ruidosa y asfixiante. Los altos conocimientos y los dones desarrollados a través de la inteligencia son el jardín de la percepción interior. Si tuviéramos que señalar un lugar donde verdaderamente ese espacio verde toma un gran valor es en Persia, de allí reside su fuente espiritual y mística. La cual de manera cíclica se retoma en la Europa medieval como símbolo femenino y protector. De ahí que siempre encontremos fuentes en este tipo de jardines y claustros. Sus chorros de agua reluciente representan el principio femenino y el fluir de la vida en todas direcciones. Pero esta fuente de la vida, asociada a la inmortalidad, permanece oculta tras los muros del jardín. Desde el exterior es imposible saber o percibir que se esconde en un jardín amurallado, pero una vez dentro uno se encuentra con que la vida surge por todas partes de manera ordenada, estética y natural. De ahí que muchas poesías amorosas hablen del amado y la amada como cipreses y rosas dentro del jardín. La mística del amor que se da en un lugar íntimo y amurallado donde hay una reflexión amorosa a través del reflejo en la fuente del jardín.  Y los enlaces entre plantas y árboles como la conexión, el éxtasis amoroso: nuestro Cantar de los Cantares.

Como enamorados espirituales, cuidadores de nuestro jardín, a todos nos llega el momento en el que no llegamos a la cita con nuestro paraíso terrenal. El cual caduca con el paso del tiempo, desconocedor de lo que ha sucedido. Desde nuestro centro, sabremos que habrá un día que no podremos susurrarle nuestras más íntimas confesiones. Como manifiesta Dickinson en estos versos clarividentes que fueron el despertar de Pia Pera, y por ello el verso inicial fue elegido como título de uno de sus libros:

 Aún no se lo he dicho a mi jardín 

no vaya a ser que convencerme pueda.

Tampoco tengo fuerza suficiente

para comunicárselo a la Abeja —

(…)

No quiero que lo sepan las laderas —

por las que tanto paseé —

ni decirles a los amados bosques

el día en que me iré —

Susúrrame, entonces, desde el centro… ¿Dónde se encuentra tú jardín?

C. Magua

Bibliografía

D’ Amonville Alegria, Nicole, trad. (2003): Emily Dickinson 71 poemas, edit. Lumen.

Pera, Pia (2021): Aún no se lo he dicho a mi jardín, edit. Errata Naturae.

P.S.Derrick, N. Estévez, G. Torres Chalk, trad. (2012):  La poesía temprana de Emily Dickinson: Cuadernillos 2 & 3, edit. PUV.

Satz, Mario, (2017): Pequeños paraísos: el espíritu de los jardines, edit. Acantilado.

Solnit, Rebecca, (2022): Las rosas de Orwell, edit. Lumen.

Webgrafía:

  • Visualización del Herbario de Dickinson, Harvard Library:

https://iiif.lib.harvard.edu/manifests/view/drs:4184689$1i

Una respuesta a «Susúrrame desde el centro… ¿dónde se encuentra el jardín?»

  1. Avatar de Michelle Kraft

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